La primera vez solo tocó y se marchó.
La segunda se quedó, se sentó en la mesa, entró en los dormitorios, departió con los cada vez menos amigos, compartió las risas y las lágrimas. Habló mucho con cada uno de nosotros, pero a todos nos dijo algo distinto y, a la vez, igual.
Con las visitas habló poco, hasta con algunas nada. Pero con una recurrente tuvo sesudos encuentros, prolongadas discusiones eruditas. Fue con el doctor.
Y así, por seis años y medio, acompañó a la esposa, a los hijos: a ella, a él y al menor, al niño. También a los demás. Pero con el pequeño tuvo especial deferencia. Cuando con el corazón en la mano entraba, cuando con miedo de que ahí pasara, estaba a su lado.
Sin embargo por quien tocó la puerta la segunda vez, apenas si la vio. Y si la vio, miró hacia otro lado y le dijo <
Usted ha venido a mi hogar, señora, y no sé quién es. Ha cambiado mi mundo, y no sé quién es. Pero sé que nos veremos algún día y ahí usted no se podrá escapar de mí y de mi pregunta: ¿quién es usted, realmente, señora?
BRUNO NASSI P.
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