Todo empezó como jugando... nunca pensé en quererte tanto... y hoy que lejos te siento... hasta parece un sueño... el haberte querido con tal devoción... Todo empezó como jugando... Y ciertamente empezó como jugando. Nunca pensó (si es que ya me creen que se trata de un amigo cuyo nombre no puedo revelar) que terminaría volviéndose una gris figura en la sombra, un experto en detalles, en un receptor de informes. En un Montesinos. Aunque uno sin poder político. Ni económico. Ni con oficina propia. Más bien con dormitorio y PC propia. Eso sí. Y hoy que tanto te odio... te maldigo mil veces... Y quisiera morirme y volver a vivir... No es que el odie a nadie, pero en ese momento en los parlantes de aquel lugar (no diré cuál por seguridad) era la parte de aquella canción de cantina que se oía. Bueno. Era una cantina. Pero no diré cuál. Eso no. Lo que sí diré es lo que me dijo:
–Sabes, Terencio, esta maldita manía de averiguarlo todo, de ser un maldito pulpo con redes en todos lados... ¡Carajo!, de ser un imbécil que se mete en lo que no le importa porque sí le importa...y eso, pues, tú entiendes, es una mierda, me ha jodido la vida: ya no puedo estar tranquilo, no puedo hablar tranquilo, nada, carajo, nada –obviamente yo no me llamo Terencio. Pero sí fue eso lo que me dijo ya por su tercer vaso de whisky.
–Oye, Plauto, pero yo pensaba que era interesante esto de enterarse de los detalles turbios, no sé, es como ser medio detective, o más bien espía. Además, es como que te da poder eso de saber, te permite actuar mejor, no sé –y obviamente él no se llama Plauto. Yo iba por el segundo vaso también.
–¡Já!, interesante, cómo no. Lo es. Mucho, mucho. Hasta divertido. Pero dime, ¡dime tú que sabes de la vida qué pasa cuando te lanzas a averiguar todo, quieres saber todo y te enteras, por ejemplo, de una infedelidad! ¿Has escuchado esa canción “Infidelidad en la era informática”? –en realidad no la había oído, pero ya el título me daba la idea, además si le decía en ese momento que no se iba a poner a cantarla, y su voz no es particularmente la de Caruso, más bien en ese estado etílico era algo entre Susy Díaz y Monique Pardo. Sí, qué miedo–. Bueno pues, eso me pasó ¡A mí, a mí! ¡¿Puedes creerlo?! ¡A mí, al rey del ascensor lo hicieron subir por la escalera! Yo que lo sabía todo no me daba cuenta de lo obvio. ¡Todas son iguales, carajo, todas! ¡Salud con la copa rota!
Chuuuuuchaaa, pensé, lo cornearon a este cojudo. No se lo dije, claro. Más bien le dije:
–¿Qué, y así nomás? –eso no estuvo bien tampoco, así que–: Quiero decir que te diste cuenta de una infidelidad que te afectó así de pronto.
–Así, así, un día, así, como jugando, como decía la canción... Yo la quería, pero eso sí, cojudo no soy y confiado menos, la investigué un día y zaz, las pruebas hablaron solas –se terminó lo que le quedaba de whisky y se sirvió otro poco del elixir pero ahora puro–. Pero me vengué, ¡de los dos! ¡Já!, y cómo me vengué. Puta... si supieras, hueón. Pero esa te la cuento la próxima, te lo juuuurooo... ¡Salud!
Hicimos un brindis. Y me dijo ahí el nombre de la infiel. No lo puedo decir, claro. Brindamos a su salud. Luego de eso me dio un CD que llevaba en una cajita empapelada con una hoja bond. “Ahí está todo”, me dijo. Y en efecto ahí estaba todo, como luego comprobé. No las pruebas de la infidelidad, por si acaso. Estaban todas las <
Por eso escribo esto así. Con oraciones cortas. Con vueltas. Con cuidado. Me protejo. Nunca se sabe. Soy paranoico. Es el precio. También por eso este es un mal cuento. Si quieren uno bueno busquen en algún blog (sí, esos arrabales cibernéticos). Por ahí hay uno de cierto imbécil con talento. O eso creo. No lo he investigado del todo.
Y no crean que él soy yo. Ni que yo mi amigo. Ni que mi amigo es él. O yo el amigo de él. Mejor no crean nada. Háganse los que no leyeron nada.
Olviden. Olviden. Olviden...
BRUNO NASSI
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