Presentación

La revista literaria "Boliche" fue creada por tres estudiantes de Literatura de la PUCP. Sus nombres son Bruno Nassi Peric', Jesús Salazar Paiva y Rashell Díaz Castillo, quienes ahora le dan la bienvenida a equipo a Natalia Ríos Subiria, también estudiante de Literatura en la misma casa de estudios.
Este proyecto tiene como fin el difundir la literatura tanto de forma crítica, como en manera creativa. Por lo que se espera combinar trabajos de personas especializadas en la materia, como personas que aún se están abriendo paso, ya sean estudiantes de la especialidad o no.
Es así que los invitamos a participar en nuestros siguientes números enviándonos sus trabajos a :
gdil.boliche@gmail.com

miércoles, 6 de enero de 2010

Entonces… ¡ni palabra!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena….
Entonces… ¡Claro!... Entonces… ¡ni palabra!
César Vallejo. Poemas Humanos .



Permítanme, para empezar, una breve confesión: comentar los libros de Giovanna Pollarolo es para mí una experiencia particular y entrañable, porque pienso en una amistad que nació del cariño hacia la literatura y a los libros hace más de veinte años, en cómo Giovanna guió mis lecturas cuando éramos compañeras de estudio en la universidad y, en cómo esa amistad se ha mantenido y nutrido a lo largo de los años. Pero no por ello deben pensar que mi comentario está sesgado por esta confesión. A pesar de ella, y de que me significa un enorme esfuerzo ver la obra objetivamente, por ejercicio o deformación profesional he tratado de ver la obra por la obra misma.

Atado de nervios es una colección de cuentos magistrales que retrata con ironía y humor diversas situaciones cotidianas que viven parejas comunes y corrientes. Estos cuentos están relatados con tal verosimilitud que hasta le podríamos poner nombre y apellido a cada uno de los personajes. Cuando leí hace algún tiempo los primeros cuentos que dieron origen a esta colección, me quedó una idea dando vueltas por la cabeza, esta idea se vincula con la incapacidad para la expresión de los personajes femeninos. Y ese es el tema que deseo abordar brevemente en este comentario: la incapacidad para la comunicación como producto de un desequilibrio entre la experiencia y la expresión.
Al leer la colección completa y después, al releerla, me di cuenta de que la incapacidad para hablar, originada por situaciones de frustración intensa de mujeres que se sienten hechas un “atado de nervios”, podía ser el hilo conductor de la colección. Si se repara en este tema vemos cómo el título, el epígrafe y cada uno de los relatos dan cuenta del desequilibrio existente entre aquello que se vive y lo que no se puede decir, lo inefable.
Al respecto, y para centrar el tema es indispensable mencionar unas ideas tomadas de “Algunas reflexiones sobre el lenguaje” de Carlos Gatti Murriel.
El lenguaje, entendido como símbolo, como reunión del hombre con las cosas y de los hombres entre sí, es el medio de articulación de la conciencia. Simbólica es, en este sentido, la manera de articular la personalidad. De este modo, una personalidad integrada será aquella en la que experiencia y expresión estén equilibradas y cuyo espíritu se objetive a productos y acciones. Ahora bien, la formación de la conciencia y de la personalidad no es un fenómeno dado, sino que se construye; es decir, es un producto de la voluntad y es precisamente de lo que carecen los personajes de Atado de nervios.
La experiencia de frustración que viven las mujeres protagonistas de los cuentos; aquellas que están hechas un atado de nervios las deja inermes y, carentes de armas, ¿cómo conseguirán enfrentar la vida? No pueden actuar, no tienen voluntad para restablecer el equilibrio entre experiencia y expresión que representaría su salud mental. Todo las abruma, por eso, callan, pierden la posibilidad de verbalizar y así ver como un producto; es decir, “fuera de ellas” todo lo que llevan dentro.
Veamos algunos ejemplos: la esposa del cuento “Detrás de un gran hombre” pierde la capacidad de hablar. La razón podría ser la siguiente: su vida, aparentemente perfecta, es una realidad de soledad profunda que no puede compartir con nadie y que además, no puede asumir conscientemente. Esta situación la afecta de tal modo que enmudece:

El perfecto marido, quien no entiende lo que pasa con su mujer, cree que su mudez es la manifestación de una extraña enfermedad:

El momento crítico de la enfermedad llega cuando la pobrecita pierde el don de la palabra. Ahí no se puede expresar ni con monosílabos. Peor aún, ni siquiera puede hacerse entender moviendo las manos o la cabeza. No es que pierda la facultad, no sé si me explico. Es sólo que por alguna razón desconocida, no tiene la energía suficiente para asentir o negar; o para hacer un gesto con las manos. Y los ojos, que según algunos comunican más que las palabras, se vuelven totalmente inexpresivos. No manifiestan alegría ni tristeza ni dolor ni pena ni rabia. Nada. Parecen los ojos de un muerto.
Detrás... (p. 14)

Una situación similar vive la protagonista de Todo va mejor con Coca Cola, la cual no logra llorar ni gritar con fuerza en ese momento, y recuerda que cuando era niña podía hacerlo, pero dejó de hacerlo siguiendo el modelo impuesto por la madre.

La bodega estaba abierta, pero no había nadie detrás del mostrador. Se sintió incapaz de llamar para advertir a los dueños que un cliente esperaba. Golpeó el mostrador con los nudillos y se quedó esperando. La señora de la bodega apareció después de un rato, bostezaba y se refregaba los ojos como si acabara de levantarse. Le preguntó si hacía mucho que esperaba, normalmente los clientes llamaban a gritos. Ella dijo que estaba afónica, por eso no podía hablar en voz alta. En realidad, no podía gritar. Cuando era niña no le pasaba eso, una vez estuvo llamando a su madre repitiendo su nombre sin parar, a gritos y luego entre lágrimas y sollozos, por espacio de una hora. Tenía que buscar una reproducción de un cuadro renacentista que había aparecido en alguna de las revistas que su madre guardaba en el desván; las revisó todas y no encontró la que buscaba. Entonces empezó a llamarla, sabía que ella estaba en algún lugar de la casa y que la escuchaba, pero no le respondió. Cuando se cansó de llorar y de gritar, rompió las revistas y salió del desván. Su madre estaba en el dormitorio mirando el techo y le pareció que también lloraba. Pero no se acercó a preguntarle qué le pasaba. Se encerró en el baño y estuvo lavándose la cara un buen rato. Tal vez esa fue la última vez que lloró y gritó con tanta fuerza.
Todo va mejor... (pp.32-33)

El silencio no es una opción consciente. La realidad cotidiana la abruma de tal forma, que le impide deshacer ese “nudo de nervios” que la atrapa. No piensa, no reacciona, se deja llevar por deseos e instintos básicos.


La protagonista de La mujer del arquitecto encarna una opción diferente, elegida por ella, conscientemente, pero sin medir las consecuencias. Representa a la mujer que calla por la paz, ciertamente una paz barata. No habla, primero para evitar molestar, importunar al marido que está siempre en proyectos importantes y finalmente se acostumbra a ello y se convierte en una imposibilidad para expresarse. La realidad la desborda y la desequilibra.

Empecé a notar que cada vez me costaba más hablarle y que había muchos temas vedados entre nosotros; muchas preguntas que era mejor no hacer para evitar molestarlo o escuchar respuestas que me daban miedo oír.
La mujer del arquitecto. (p.56)

Estaba resentida por su indiferencia, pero no podía hablar, no sé qué me pasaba. Simplemente las palabras no me salían.
La mujer del arquitecto. (p.58)


Ni siquiera la solidaridad con otras mujeres permiten expresarse como La muchacha del pañuelo.

Quisiera decirle que ella hizo exactamente lo mismo hace apenas unos minutos, que hay dolores que no se aguantan, pero me quedo callada.
La muchacha... (p.46)

Lo sorprendente es que el libro nos hace caer en la cuenta de una realidad evidente en nuestro medio: a pesar de que vivimos en un mundo individualista y cada vez más desamorado, la idea del amor, del matrimonio y de la vida en pareja como una imagen de la única y perfecta felicidad siguen siendo el ideal, sobre todo, femenino. Sin embargo, suele producirse un desfase entre la “realidad y el deseo” y, precisamente de ahí, viene el desequilibrio entre la experiencia y la expresión: la realidad cotidiana no es asumida íntegramente, sino que se niega o se prefiere aquella que está en la imaginación, hasta llegar al punto que se pierde la posibilidad de verbalizar que no es otra cosa que ver objetiva, concreta y fuera de nosotros la realidad, por dolorosa que sea. Esta situación es la que evitan las mujeres que están hechas un atado de nervios. En un estado así, no pueden reaccionar, no pueden desatarse y terminan, finalmente, como lo anuncia el epígrafe de Almodóvar: perdidas, sin rumbo ni orientación; es decir, como “vacas sin cencerro”.

Martina Vinatea Recoba
Universidad del Pacífico

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