Presentación

La revista literaria "Boliche" fue creada por tres estudiantes de Literatura de la PUCP. Sus nombres son Bruno Nassi Peric', Jesús Salazar Paiva y Rashell Díaz Castillo, quienes ahora le dan la bienvenida a equipo a Natalia Ríos Subiria, también estudiante de Literatura en la misma casa de estudios.
Este proyecto tiene como fin el difundir la literatura tanto de forma crítica, como en manera creativa. Por lo que se espera combinar trabajos de personas especializadas en la materia, como personas que aún se están abriendo paso, ya sean estudiantes de la especialidad o no.
Es así que los invitamos a participar en nuestros siguientes números enviándonos sus trabajos a :
gdil.boliche@gmail.com

jueves, 24 de junio de 2010

TEXTO

Desde su etimología, Texto es tejido, es la conexión de elementos que comparten un entramado una construcción. Y en ese sentido, los seres humanos vivimos en una artificiosidad compuesta por la interacción de los miembros de algo. Todo. Por ejemplo la forma del parque que está cerca de la casa, un restaurante, la Divina Comedia, una audiencia judicial o una película de Chaplin. Eso también ya comienza a difundirse y es positivo, considero para acercarse a la literatura sin prejuicios. Y acercarse a todo.
Con esto se ve que una cosa es un término en el habla común, de todos los días y otras las significaciones de un término en un plano más especializado. Los que estudiamos literatura, aún en los primeros momentos, concebimos un texto como un elemento escrito, materializado en un elemento como un libro por ejemplo. Esto es harto conocido, es digamos, asociable, desde siempre, pero en adelante se debe referir a todo texto, los que suponen la interacción verbal, casi en su totalidad, como una novela o como su simple diálogo, es un texto de tipo lingüística, en tanto es un proceso amplio de lenguaje. Los textos en sí, tienen en común su funcionalidad, no es determinante, porque influye el sentido otorgado, pero sí cambia la concepción y el ambiente que lo enmarca. Múltiples, inmersos en la totalidad.

Sobre Julio Cortázar

Rashell Díaz Castillo

Hacía días que tenía pensado escribir, ahora, sentada en el mueble naranja de la sala, movía los dedos pensando en cuál sería la mejor frase de inicio. Aborrecía los clásicos inicios de artículos bibliográficos.
“Julio Florencio Cortázar nacido en agosto de 1914 en Bruselas o en un hospital cualquiera. Escritor reconocido mundialmente por obras como Casa tomada, La vuelta al día en ochenta mundos, Un tal Lucas, Divertimento, Los reyes, entre otros. Su obra más reconocida es Rayuela, publicada en 1963”
No, no le gustaba nada, era demasiado esquemático, demasiado limitante. ¿Cómo simplificar la vida de un hombre solo en sus logros? ¿Es que un hombre solo tiene eso? Observa las marcas en sus brazos: líneas continuas (del mueble). De pronto, ideas cortas vienen a su mente: Julio. Argentina. Francés. 24 de julio de 1984. Presencia. Olvidado. Opio y Jean Cocteau. Política. Los premios. Primera traducción.
Muy desordenado, muy cortazariano. La razón y la soledad. El amor y la soledad. La libertad y la soledad. Se ha dado cuenta de algo, está en busca de otro Julio; no el de los libros sino uno de verdad. No Julio el escritor, ni el hombre, esposo o político. Simplemente él.
El desorden llena la sala, los libros se ven esparcidos y la oscuridad se acerca. Nada está hecho. Tanto esfuerzo y nada está hecho. Solo un artículo cualquiera con frases comunes que no llegan a explicar su vida. “Un maestro”, podría decir, “un innovador” tal vez. Un hombre que se dedicó a desenterrar la naturaleza humana por medio de sus libros y que no buscaba encontrar la compilación de sus obras en una página de internet. Alguien que buscó la identidad (o una de ellas) del ser humano y que pudo haber encontrado algo. Julio Cortázar, innumerables libros, infinitas almas tocadas con su obra, incluyendo la de ella.
Pobre niña, es momento. Momento de tocar la puerta y decirle que es mejor que se rinda. Nadie puede describirlo, ni siquiera él mismo.
De pronto, voltea la mirada, se asoma por la ventana y ve una sombra alejarse por la calle; le parece que es Julio, o se ha confundido y es el pequeño Rocamadour en busca de su madre para jugar rayuela en el psiquiátrico o simplemente de visita de nuevo. No, es uno de los tantos antihéroes que caminan por la calle, deambulando y divagando acerca de su valor en esta vida. Pero también, puede que sea su reflejo alejándose y dando una señal para desistir y salir a jugar en el parque.
Es mejor, Cortázar, es mejor, que espere hasta que sea mañana y todo saldrá bien. Ahora, ponte la chalina, que la neblina está espesa y no tengo bengalas para guiarte.

La magia de Miró

Joan Miró ha sido conocido como un claro representante del surrealismo. Muchos lo han descrito como enigmático, trazador audaz, pintor, escultor y conmovedor. En la exposición ofrecida en el Centro Cultural de la Universidad Católica (CCPUCP), que abarca entre los años 1962 y 1983 y en la que se puede observar gran parte de sus obras como pintor y la continuidad y aplomo de cada una de ellas, se trata de abarcar su lenguaje personal y la relación que tenía con el mundo que le rodeaba.
Probablemente, ante una mirada inexperta y rápida sus obras puedan decir que hay una falta de sentido, mas no es una sola obra, sino un conjunto de ellas que demuestra su dualidad y carácter de mimetización y transformación del ser humano.
En conclusión, Joan Miró muestra en cada sala de esta exhibición su pureza ante la noción de arte, su convicción hacia la naturaleza humana y la pasión que sentía por la vida y sus múltiples expresiones

La vigencia del Inca: a cuatroscientos años de los Comentarios Reales

José Miguel Vidal

El año que pasó se cumplió el cuatricentenario de los Comentarios reales del Inca Garcilaso y el Departamento Académico de Humanidades de la PUCP no podía pasar por alto una fecha tan significativa para el estudio de la lingüística, la literatura e historia coloniales. Motivo por el que se organizó el Coloquio Internacional “Discurso e historia en los Comentarios reales del Inca Garcilaso” celebrado el pasado mes de noviembre. Un evento que contó con la presencia de destacados colonialistas de universidades extranjeras de la talla de Mabel Moraña, Paul Firbas, José A. Mazzotti y Rolena Adorno, quienes, junto a estudiosos de la cultura colonial americana de nuestra Facultad de Letras y Ciencia Humanas, supieron otorgarle al Coloquio la calidad académica que merecía tan notable encuentro.

El Coloquio abordó los estudios sobre la obra cumbre del cronista desde las diversas ramas de las humanidades; diálogo interdisciplinario que, unas veces, contribuyó a matizar algunas convenciones y, otras, inclusive a revelar ciertas relaciones intertextuales no del todo estudiadas, pero que siempre puso de relieve no solo la complejidad filológica del estudio de los Comentarios, sino sobre todo la vigencia cultural de la obra del Inca. Así, donde podía existir cierta escasez de fuentes históricas, aparecían las relaciones entre textos, y donde surgían también limitaciones textuales acudía la aclaración terminológica y el conocimiento de la lengua quechua.

El Coloquio se llevó a cabo entre el 18 y 20 de noviembre. Durantes aquellos tres días, la calidad de las ponencias promovió el mutuo aprendizaje y suscitó muy interesantes participaciones de los concurrentes. En algún momento surgió una inquietud absolutamente válida: ¿cuál es la relevancia de un texto como los Comentarios Reales a cuatroscientos años de su publicación, más aún luego de mucho años en que se le ha achacado a la crónica y a su autor inexactitud en sus referencias topográficas, dudoso valor histórico, contradicciones textuales e incluso desconocimiento del quechua? Si podemos extraer del Coloquio respuestas a esta respecto es posible afirmar que, más allá de las críticas justas e injustas, los Comentarios constituyen un invaluable testimonio de la historia prehispánica y de los años que siguieron al período de Conquista, así como un producto cultural sumamente valioso para entender el embrión fundamental de la formación de la mentalidad criolla en el Perú y en toda América Latina.

Película “El sueño de Cassandra” de Woody Allen

Solemos creer que nuestra moral es incorruptible e incólume; pensamos que nada en el mundo nos hará traicionar nuestros valores. Sin embargo, en la vida hay situaciones extremas que nos hacen titubear, que nos ponen al límite. Esta es la temática de la película del año 2007 El sueño de Cassandra (Cassandra’s dream), dirigida por Woody Allen y protagonizada por Ewan McGregor y Collin Farrell.
En este film, dos hermanos –Ian (McGregor) y Terry (Farrell)– se encuentran en una situación económica crítica y necesitan conseguir efectivo de inmediato. Un tío suyo, un adinerado médico, está dispuesto a darles el dinero, pero necesita que ellos le realicen un trabajo especial. Es aquí donde los hermanos se ven interpelados y deberán tomar una decisión que les cambiará la vida.
El principal mérito de esta película es su capacidad de atrapar al público. La tensión, que va in crescendo, hace que quien ve el film sienta cierta ansiedad por ver lo que sigue, por develar cuál será la decisión de los hermanos y luego por ver qué consecuencias tendrá. Al mismo tiempo, el espectador se pregunta a sí mismo qué haría él de estar en la situación de los hermanos. Y las actuaciones, por su parte, contribuyen enormemente a que la trama sea verosímil.
En síntesis, El sueño de Cassandra es una película que invita a la reflexión y que hace que quien la vea cuestione su propio esquema moral. Es por ello, que este film es una muy buena realización que vale la pena ver. Una vez más, Woody Allen nos demuestra su genialidad como guionista y director.

Juan, digámosle así

Jesús Salazar

El cadáver fue descubierto, hace tres días en la mañana, como a las 7, por Jennifer que llegaba con ideas ingeniosas para el momento de “amarse como desaforados”, como solía decir su amante muerto. Pegó el grito más espantoso del mundo. Despertó asustado al portero y la criada exaltada a medio despertarse. Vinieron a toda prisa, para hallarla vomitando en el baño. El portero quedó tieso y la criada gritó y gritó hasta hacer despertar a su compañero. “¡El senador! ¡El senador! ¡Dios mío!”. Jennifer tropezándose a cada y con una sensación a perforación en el espinazo, se dirigió a la sala y llamó a la policía. En sólo dos minutos, la noticia estalló en todos los medios: “Augusto Hernández Saldarriaga, senador de la República había sido estrangulado. Sin embargo, su muerte no sería un hecho aislado, sino que implicaría una terrible amenaza para nuestra nación”.
“Juan”-digámosle así para proteger su identidad de fugitivo-un traumatólogo recién graduado quien no pensara en ningún crimen, hasta la tarde de hace cuatro días, en que no pudo soportar el que el senador, de unos cincuenta y ocho años, fuera el amante de Jennifer, su esposa hace tan sólo tres semanas. Su enojo creciente no fue un estallido brutal de toda su furia contenida, por el contrario, fue decidido a matarlo como si su indignación fuera colectiva e hiciera un mandato. Lo sabía: eran 4 años los de la aventura de su mujer, igual que 4 eran los de su noviazgo. Sus cavilaciones fueron intempestivas y concretas, pero no muy apasionadas: se sentía más verdugo que vengador. Sus armas fueron sólo un tronco grueso y áspero que amenaza la entrada de su edificio al pender entre las ramas de un limonero y sus manos. Ahora estaba alojado en un pequeño cuarto de hotel, en Trujillo, con sólo quince soles, el residuo económico de su fuga. ¡Vaya patrimonio de fugitivo! ¡Quince soles! ¿Qué puede hacer con eso a estas alturas? En su casa, había dejado hacía tres días sus tarjetas, la otra parte de sus ahorros, la que olvidó al partir, toda su ropa, toda su vida. Afuera, en el mundo, sonaba mucho la noticia de un golpe de estado en otro país hispano. Afuera, en medio de una fiesta cercana, una salsa de Héctor Lavoe, que ahora asocia a la muerte, que lo deja medio suspendido y agotado. Era la misma que la del taxi de regreso a casa, luego del crimen.
Juan odiaba el escándalo, pero las circunstancias lo obligaron a imprimir un toque grandilocuente al asunto. No quiso verlo sangrar ni sufrir y lo consiguió: la escena no era macabra, como la del anciano muerto con la masa encefálica zafada, hace dos días, pero para escándalo había mucho, empezando por la víctima misma. Ahorremos detalles. Logró entrar. Lo halló en su despacho. Entró, aprovechando la puerta abierta. El viejo casanova se puso de pie sin poder creer lo que veía: un tipo flacucho con un pasamontañas y un madero cilíndrico. Corrió hacia él, intentanto gritar, pero éste lo golpeó en el abdomen. Le pateó el rostro. Ya en el suelo, lo estranguló. Sin insultarlo, ni decirle quién era, ni una palabra, sólo lo estrangulaba, dejando a sus dedos la misión de aclararle la razón de su ajusticiamiento, sin guantes, dejando sus huellas y manchándose con una creciente hemorragia nasal. Listo, el viejo estaba ajusticiado: la lengua afuera y los ojos desorbitados del senador eran como una siniestra pintura del siglo XVI, o eso pasó por la mente de Juan. Él incrédulo, mirando su obra, se silenció sujetándose el cuello, a la altura de la garganta. Comenzaba a rayar el día. Pensó por un minuto, con la luz del sol, que hubiera sido mejor que Hernández lo matara: así sería más abyecto… sudoso y aún jadeante, resbaló. Vio, desde el suelo, que la laptop del senador estaba prendida. Se le ocurrió algo, ingenioso, súbitamente. Justo estaba abierto un archivo en el que el senador estaba informando a unos tipos que lo habían sobornado: “estoy entusiasta, porque aprobarán la ley, es fijo, ya nos iremos de putas ja ja”. Juan se indignó más y en medio de su indignación encontró otra dimensión a su crimen. Abrió una hoja de Word: “Distinguido Senador, mi mano sólo ha hecho justicia al pueblo, harto de su doble moral y de sus trabajos sucios. Yo, a nombre de la nación, doy inicio a la justicia del pueblo. Su muerte, bien merecida, no me arrepiento, será sólo el inicio de más asfixiados”. No sabía de dónde sacó tanta crudeza, pero fue un deleite personal el desprenderse del lado más pedestre de su delito. Ya había matado a un hombre, no iba a retroceder en lo que en ese instante a cualquiera le hubiera parecido detalles mínimos y es que pensaba que era una nota mal planteada. Escapó, respirando fríamente, sin que nadie lo viera, en silencio. La empleada de la casa dormía y el portero también. Eran las 5 y 30 de la mañana. Se fue a la avenida Pezet y cerca de la embajada de Cuba y abordó un taxi en el que sonaba la canción de Lavoe. Miraba El Golf como si fuera un agujero negro. Cerró los ojos: estaba exhausto como si hubiera levantado una pirámide para enterrar a su faraónico difunto. También se le vino eso a la mente e imagino levantarla ahí, en El Golf. Quedó profundamente dormido. ¡Qué iba a tener la peregrina idea de que Renato, su fiel amigo desde la adolescencia, sabía de esos movimientos turbios y era informante de unos inescrupulosos que querían ganarle la partida al senador! Y que ocho horas y cinco minutos después Renato ya estaría listo para el matadero.
Así, al despertar fue que comenzó realmente la pesadilla. Su mujer no estaba. Llamó ella para decirle que estaba en la comisaría, que fuera a verla porque Augusto –“¿Augusto? ¿Qué, ya no es el Senador Hernández para ti?”- había sido asesinado brutalmente y que estaba asustada, que aún no lo creía. Sin pensar, ni decir nada, se puso un saco y salió para allá. Ella colgó, sorprendida de no ser interrogada. Sin embargo, ni su mujer, ni nadie sospechó de él, ni se atrevieron a insinuar alguna relación. Total a ella no le preguntaron por qué a las 6:30 de la mañana no estaba en la casa. Él, en general, no quiso pensar, ni quiso saber nada, sólo sabía que se divorciaría pronto. Salió, aunque dijo que sólo por un momento. Regresó a casa y abrió su cajita de dinero, la que le ocultaba a su mujer, y sacó quinientos ochenta soles. Tomó un taxi y se fue a una agencia de buses. En un bus cama, se dirigió a Trujillo, sin ninguna razón en especial, quizá porque tuvo una novia guapa y rica de allá hace varios años. En el camino, la recordó; sí quizás haya influido ese recuerdo. Al llegar a Trujillo, fue que se enteró de que Renato había sido interceptado, cuando se disponía a entrar a un restaurante en Miraflores, por tres patrullas policiales y se había resistido al arresto, resultando herido de un impacto de bala, en el hombro. Las investigaciones lo hallaban culpable del homicidio. “Tenía motivos para matarlo” afirmó el fiscal ante cámaras. El Presidente, en persona, salió en tres programas a felicitar la rapidez con que se resolvió semejante crimen que “al margen de las discrepancias políticas, es objeto de repudio para toda la nación, pues cegó la vida de un hombre altruista y preocupado por las necesidades de los más olvidados, además de querer imponernos el terror con su muerte que es la de un mártir. No, compatriotas, esto no quedará impune, todo el peso de la ley caerá sobre este criminal”.
¡Qué cosa era eso! ¿Qué diablos pasó por la mente de los de criminalística para creer que Renato era el homicida? ¿Cómo en cuestión de horas ya se preparaba la horca a quien hasta hace poco iba a hablar de detalles para su boda con su novia francesa, que lo esperaba en ese restaurante miraflorino? Acusan además a Renato de querer conspirar contra el Estado y le abrirían otro proceso para investigar sus vínculos con terroristas. Ayer, un abogado respetable; hoy, un mafioso y un terrorista. Lo peor es que todo apuntó a Renato. Un detective incluso declaró que había confesado camino a la comisaría “dijo que usó un fierro”. “¡Cómo va a confesar!”
Él se acuerda de lo que hizo, ir de madrugada a asesinarlo, ayudado de un tronco. Le hubiera gustado creer que fue Renato, pero recuerda el golpe que le atestó... sus ojos salidos. Obviamente, no quería que su amigo purgase una pena que no merecía, aunque se descubrió que andaba en negocios turbios, pero eran cosas distintas. Tampoco quería ir a la cárcel, porque sabía que sería una lenta y humillante muerte en algún rincón putrefacto. Que prefería estar muerto, resolvió, entre interrogantes que se pueden resumir en“¿Qué pasa, quién o qué me protege y por qué?”. En estos tres días, nadie lo recordó, ni lo buscó: era como si el mundo deliberadamente hubiera querido olvidarlo. ¿Podía volver a casa o debía largarse para siempre a despertar del sueño en otra ciudad grande y bulliciosa? Pensó francamente en un suicidio. Hasta hizo un dibujo de la escena. Así, se dio cuenta que nadie lo buscaba y que quizá lo más represivo en la justicia del mundo era que le adjudicaban la terrible responsabilidad de ser quien aplique la justicia sobre sí. Pensó en ir a Chiclayo, a ver que pasaba lejos de esta ciudad, qué le decían otros campos. Pero guardó primero su dibujo del suicidio. Se para ahora y se mira al espejo. Acaba de recordar que sólo tiene quince soles.
Es claro que no volverá a su casa. Se agarra la cabeza y se la rasca con desesperación, dejándose caer en la cama. El frío de la noche, que desde hace tres días ha estado muy raro, parece de fuego, aprieta la piel, hace bulla de remolino, de trampa del desierto, como cuando una ciudad será arrasada por la culpa de un pecador. ¡Esto no es broma, empieza a destruirse la ciudad! ¡Ahora mismo se oyen caer piedras de los cerros!... ¡Y eran ruidos lejanos! Estallan tiendas, hay incendios en la ciudad, ¡las pistas colapsan y se abren profundos forados, llueve a cántaros, se ocultan las estrellas!…el ganado de los campos se dispersa y llega al centro de la ciudad. La gente grita espantada, en las calles: una familia se abraza y se oculta debajo de su mesa, mientras estalla una refrigeradora. Juan sale al balcón de su habitación y mira un derrumbe tras otro: fuego y lluvia en aumento. Se evidencia su miedo en el rostro, suelta algunas lágrimas, se arroja al suelo. Se levanta parcialmente a ver. "¡Quédese en su habitación, así estará a salvo!", le gritan unos bomberos, desde la otra vereda.

Una última velada y un perdón

Alejandro Prieto

Una cuantas hojas de eucalipto en un recipiente con agua a gran temperatura; una mejor amiga que se ríe al verlo masticar chicle y las palabras de su falsa musa que flotan en su mente cabizbaja por un día perdido. No sabe qué hacer, la monotonía de su vida va acabando con las ganas de salir a la calle y pasear por entre los parques que rodean su casa, aunque para él sea un sinsentido las calles.
Su tez es trigueña, algo suave para ser piel de hombre, y carga con dos ojos de un marrón oscuro; sin embargo, muestran cierta debilidad que a la vez juega con su soledad; su estatura no es mucha, al menos puede pasar el promedio de su país, nariz algo normal, sin desperfectos ni aguileña, viste siempre de gala, pues dice esperar la muerte. Hoy sabe que su vida llegó a su final, que mañana para qué despertar, si vivirá esclavo y preso, producto de una mudanza conyugal. A él nunca le gustó la convivencia. El humo del eucalipto sube entre sus orificios nasales y aromatiza su sala, Vanessa, la mejor amiga, trajo una baraja de cartas y un par de tragos.
Los vasos y los juegos vienen y van; Blackjack, tal vez póker o incluso un juego de cartas casero, esos los que todos conocen y varían sus reglas, son testigos de confesiones por parte de los dos, uno dice que se arrepiente a vísperas de su mudanza, mientras que el otro sólo confiesa lo mismo de siempre. Los dos saben para qué están reunidos, las intenciones o el sin querer quedaron atrás hace más ya de dos años, cada uno se conoce hasta al más ínfimo detalle y saben que desde mañana todo paulatinamente tendrá que terminar. Qué inoportuna despedida aquella que sabes que llegará e incluso el día que viene quisieses regresar. Las mismas palabras de todas las noches flotan sobre la mesa: qué será de mí ahora que no podrás verme, no te preocupes, que aunque ya esté casado igual nos veremos, a escondidas pero no importa; no podré verte con ella en un mismo sitio, no lo aguantaría; sabes que solo me importas tú y no ella, pero también sabes que tengo un compromiso y aunque no quiera igual tengo que enfrentar los errores de una noche repentina. Los dos se desesperan y toman cada uno un shot de tequila, fuerte e irritante para la ocasión, dentro de cada cuerpo ese fugaz trago ha prendido una llama que seguro, como en otras ocasiones, terminará siendo una noche en vela.
Ahora juegan más cerca, sus respectivos dedos índices se pierden entre sus cabellos aromatizados por cigarros, alcohol y eucalipto; que eres mi vida y no te perderé, tú bien sabes que regresarás, siempre lo has hecho y estoy segura que está no será la excepción, desde que te conozco siempre me buscaste, yo nunca te llamé, me necesitas. Desde la mesa, gracias a un control remoto, esos de los que ya ni entiendo, se prende un minicomponente, a lo lejos suena un bolero; ¿Bailas?
Dos cuerpos unidos por notas que se perderán entre el tiempo y el espacio, somos pocos los que logramos captar una nota por más de un día, se quedan siempre en el mismo lugar; suenan, suenan y suenan, y bailan alegremente con una sonrisa que delata quédate. Giran sobre un mismo eje, qué mal que bailan. Saben que es hora de acercarse un poco más, ya solo los distancia el hablar y las ganas que cada uno tenga de besar al otro. Dime que me quieres, que no te perderé. Te diré lo justo y necesario para que te quedes el tiempo que quieras, sabes que ahora no puedo decir aquello que me pides. Es injusta la vida con aquellos que entregan mucho y pierden todo, nunca des más de lo que esperas recibir. A Vanessa no le importa que no le correspondan, hoy día ella solo quiere pasar la última noche junto a él, quiere convencerlo de la manera más libidinosa que ella sola exista y nunca existirá otra más. Son casi las tres de la mañana, botella de tequila a medias, y muchas ganas de otro shot, se mandan al hilo cuatro, la cabeza de cada uno solo da vueltas sobre el mismo eje del que me quejaba cuando bailaron, ahora sí se besan, dejaron de cohibirse. Se acuestan sobre la mesa muy agitados ya, ahora suena música de los Beatles. Well shake it up baby now, le dice él a ella mientras se besan con furor, ello incrementa más las ganas de una noche sin freno. Entre risas y olor a trago caminan desde la sala hasta el cuarto, el cual está tan desordenado, que cualquiera que lo vea en ese estado se arrepentiría de lo que hace; sin embargo, ellos dos no, ellos se citaron, sabían el porqué. Un polo rosado por el suelo y cae otro, pero de color rojo, sobre una silla; ahora es el turno de los jeans, caen abrazados por las piernas en cualquier sitio; la ropa interior les sigue en el desfile, ellos caen más cálidos; por último cayó la decencia, pues él se arrepiente de lo que va a hacer y llora por dentro, aunque no quiera esa mudanza; aunque su vida se vuelva monótona, aunque la quiera poco, pero más a ella, sabe que lo que hace no tiene marcha atrás, que desde este punto clímax solo le queda disfrutar del tiempo de su unión, que pasará tal vez las mejores horas de su vida en esa cama, en la cual ya no dormirá nunca más; que como la historia que ellos dos cerraron con su casa tiene que ser igual. Ahora que la ve encima de su cuerpo y ve a aquella Vanessa que una noche, al dejarla en su casa después de una discoteca conoció, en su mente piensa: para qué atormentarme, si no existe el perdón.